No sólo el fútbol es pequeño en un país diminuto. También su industria audiovisual. Pero, como quedó demostrado, también pueden ser grandes, aunque sean pequeños. La serie islandesa “Trapped” (Atrapados) tiene todos los ingredientes para hacerse un adicto (a la buena televisión) y es uno de los recomendados de “Tarapacá Insitu” para quienes se devoran todo lo que trae Netflix.
Ensayo: La Sociedad de la Nieve o la pulsión por la experiencia en el cine
“Hay en La Sociedad de la Nieve un perfume a Herzog”, dice Julieta Greco. Como el cineasta alemán, el director J. A. Bayona recupera la pulsión por documentarlo todo y narra la tragedia de los Andes desde una verdad que va mucho más allá de los hechos: la verdad de la montaña. Con sensibilidad herzogiana también, la autora de esta nota se interna en esa experiencia visual, se demora en su música y en sus silencios, en la simbiosis entre la vida y la muerte que habita la película. Nos transporta a ese territorio donde la nieve es desoladora y vivir es imposible una vez más.
Crítica de TV01/03/2024 Julieta Greco (*)“En el rodaje de Fitzcarraldo podría haber hecho como en los filmes de Hollywood: mentir y ahorrarme, mediante maquetas y un decorado, los horrores del rodaje en plena selva y el enfrentarme con los problemas reales de semejante empeño. Pero creo que si los espectadores se sienten impresionados por el transporte del barco montaña arriba es porque saben que se trata de algo real y no trucado. Quiero que los espectadores recobren la confianza en lo que ven sus ojos”.
Estas son las palabras de Werner Herzog a propósito de la hazaña que significó filmar Fitzcarraldo entre 1979 y 1982 en la selva que ocupa la frontera de Ecuador y Perú. La película exigía mover un barco de vapor de 320 toneladas montaña arriba sin el uso de efectos especiales. El barco de Herzog fue subido intacto por la pendiente de un monte a través de un complejo sistema de poleas.
Fitzcarraldo: la película en que Herzog filmó algo tan épico como subir un barco a la montaña en los años setenta.
El ejemplo de Fitzcarraldo es tal vez el más extremo de su filmografía, pero hay en todas las películas del alemán una pulsión por rodar. Parece redundante, rodar en el cine, algo básico, pero me refiero a una pulsión por filmarlo todo, por documentarlo todo, por enfrentarse a la complejidad propia de la vida, una pulsión casi por el mundo, por la experiencia, por el cine total, por lo que él mismo dio en llamar la verdad extática, la verdad en éxtasis.
ÉPICA ACTUAL
El cine de Herzog es fenomenológico: hay en él un ojo muy atento a cómo las personas sufren, temen, hacen, se obsesionan, trabajan, experimentan, viven. En un tiempo en el que es cada vez más difícil prestar atención herzogiana a las cosas, en donde todo es abreviado, resumido, acelerado o, sencillamente, dicho, filmar una película con esta sensibilidad es casi tan épico como subir un barco a la montaña en los 70. De un modo singular, La Sociedad de la Nieve, la película que dirigió J. A. Bayona y que estrenó Netflix este enero, tiene el perfume de Herzog, el perfume de verdad extática.
Bayona cuenta una verdad que va mucho más allá de “lo que ocurrió”, muestra una verdad trascendente, una verdad inmutable, documentable: la verdad de la montaña.
El director español se propone narrar, en sus palabras, la impresionante historia real de los rugbistas uruguayos que, en octubre de 1972, camino a Santiago de Chile, se estrellaron con un avión de la Fuerza Aérea en la cordillera de Los Andes. A diferencia de sus dos antecesoras, Sobrevivientes de Los Andes (1976) y ¡Viven! (1992), lo hace basado en el libro coral homónimo que escribió un íntimo amigo de los sobrevivientes del accidente, Pablo Vierci. Ese es el primer gesto de Bayona con la verdad en el sentido que le da Herzog, distinguiéndola de “los hechos”: “los hechos no iluminan, los hechos crean normas, sólo la verdad ilumina”.
Conocemos los hechos: la historia del avión que se estrelló en Los Andes con 45 personas de las cuales sobrevivieron 16 a lo largo de 72 días en condiciones inhumanas, alimentándose de los cuerpos muertos de sus amigos, que realizaron la epopeya de caminar durante más de 10 días por la montaña hasta llegar a Chile y pedir ayuda. Conocemos esa historia y en general no ha cambiado. Pero hay algo nuevo en este film. Bayona cuenta una verdad que va mucho más allá de “lo que ocurrió”, muestra una verdad trascendente, una verdad inmutable, documentable: la verdad de la montaña.
MONTAÑA Y VERDAD
La montaña es la montaña, canta una y otra vez Luis Alberto Spinetta y todos los que alguna vez pisamos ese suelo sabemos a qué se refiere. Todo lo que vemos (y, sobre todo, lo que oímos) en La Sociedad de la Nieve, está profundamente atravesado por ese paisaje etéreo y terrible: la nieve, las avalanchas, el frío, lo insondable, la soledad, la altura, el silencio, la ausencia de vida. Ese lugar en el que un avión se partió el 13 de octubre de 1972 es la arena en la que esta película se entierra y la centralidad que Bayona elige darle a la montaña como un personaje ineludible de esta historia es lo que la convierte en excepcional.
La primera decisión narrativa novedosa que toma La Sociedad de la Nieve es incluir en el relato el contexto de esos chicos: jóvenes que habitaban la Montevideo de los años 70, que pisaba los talones de un golpe de estado, con rebeliones estudiantiles, exámenes, ilusiones y partidos de rugby. Chicos que habían crecido criados con cariño en casas cerca del mar, en un ecosistema plano y templado, sin nieve, sin montañas.
La primera decisión narrativa novedosa que toma La Sociedad de la Nieve es incluir en el relato el contexto de esos chicos: jóvenes que habitaban la Montevideo de los años 70, que pisaba los talones de un golpe de estado, con rebeliones estudiantiles, exámenes, ilusiones y partidos de rugby.
Este pequeño preámbulo es fundamental para entender el desamparo en el que los protagonistas estarán inmersos durante gran parte de la película. En los primeros minutos Bayona recrea las escenas en las que fueron tomadas las fotos que hemos visto una y otra vez y elige silenciar la película por un segundo en cada instante de click. Porque el uso del silencio aquí también está calculado. Un silencio que parece estar para recordarnos que eso que vemos ocurrió.
FILMARLO TODO
A diferencia de sus predecesoras, La Sociedad de la Nieve contó con actores rioplatenses, fue filmada en español, con actores jóvenes y sin estrellas. El rodaje de la película duró 140 días y tuvo lugar en las calles de Montevideo, el Valle de las Lágrimas en Chile y Sierra Nevada en España. Hubo muy pocas escenas filmadas en estudio y prácticamente no se utilizó croma (la pantalla verde que acostumbramos ver en los making off de películas en donde los contextos son digitalmente agregados en postproducción).
Alejandro Fadel, el director de segunda unidad de la película, encargado de filmar principalmente en Los Andes, cuenta que Bayona tenía la obsesión de “filmarlo todo”. Fadel tuvo cinco días para filmar la secuencia en la que alguien agarraba un cuerpo y lo llevaba a su boca. La instrucción fue filmar todo, como en un documental. Esa escena pudo ser anecdótica, pudo no estar incluida en el montaje final de la película, pero en esa libertad otorgada, en ese modo de hacer cine, hay algo de verdad que se instala para quienes lo producen y para quienes lo vemos.
En esta forma de hacer cine, hay algo de verdad que se instala para quienes lo producen y para quienes lo vemos.
En Manual de supervivencia, Herzog dice que en sus documentales siempre hay algo de ficción, que en nombre de una verdad más profunda contienen partes inventadas, las llama ficciones disfrazadas. Algo de eso ocurre con La Sociedad de la Nieve que, a través de un profundo compromiso con lo real, logra conmover y conquistar la verdad detrás de las cosas. Bayona refunda el pacto en desuso que Herzog hizo con los espectadores: lo que ven nuestros ojos es real.
Y son reales las condiciones de rodaje, adversas, complejas, rodar como se pueda más que como se quiera, intentar recrear al máximo las condiciones climáticas que atravesaron esos jóvenes como un estímulo ineludible para la interpretación, una apuesta al cine que cuestiona la arraigada idea de que el valor de actuar es fingir y propone al contrario que actuar es experimentar lo que otros experimentaron, intentarlo aun fracasando. Que hacer cine sigue siendo, hoy más que nunca, la conquista de lo inútil.
(*) Artículo in extenso publicado en la revista argentina ANFIBIA
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