APUNTES ECOLÓGICOS en torno a las propuestas de la NUEVA CONSTITUCIÓN

Bárbara Saavedra, directora de Wildlife Conservation Society Chile, reflexiona en torno al porvenir de nuestro patrimonio natural ad portas del proceso de decisión en torno a la Nueva Constitución. La naturaleza no debe verse separada de los procesos sociales, económicos y culturales que atañen la esencia del ser humano, sostiene, y cualquier texto constitucional que pretenda normar el ordenamiento social y jurídico de Chile debe incluir la premisa por la que se reconozca la relación básica, indisoluble y vital que existe entre los humanos y naturaleza.

Ciencia y Medio Ambiente04/07/2022 Bárbara Saavedra (*)
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Los organismos vivos, incluyendo los humanos, establecen relaciones que muchas veces no son evidentes, y al mismo tiempo son siempre cambiantes.

Fotos: Marcos Tobar

Nunca antes la humanidad contó con una acumulación de conocimiento como el actual. Este resulta de la suma de milenios de sabiduría tradicional con los miles de millones de bytes de creciente conocimiento científico global. Al mismo tiempo, nunca antes esta misma humanidad se ha visto enfrentada a tal nivel de degradación de su entorno como la actual, cuyas expresiones más significativas y urgentes –no las únicas- son la pérdida de biodiversidad y el cambio climático. Ambas tienen un impacto directo en el diario vivir y bienestar de las sociedades en cada rincón del globo. Esto incluye ciertamente a nuestro país.

Algunos ciudadanos, en particular no pocos de la esfera política y otros tantos al interior de la propia comunidad científica, tienen dificultades para aprehender y entender las relaciones existentes entre una constitución y ese saber acumulativo. ¿Abre la discusión en torno a ese nuevo documento magno que la sociedad reclama para regular su orden y funcionamiento social y jurídico -más acorde con los tiempos y el futuro- la oportunidad de incorporar el conocimiento acumulado del mundo natural en que vivimos? ¿Puede este proceso constitucional conectarse con el sentido común, que nace de la experiencia del vivir diario de millones de personas a lo largo de nuestro país?

La biodiversidad es la única base material que permite y sobre la que se sostiene la vida humana y, por ende, cada una de sus manifestaciones, sea ella social, cultural, y por supuesto económica. Esto incluye ciertamente aquellas formaciones grupales que llamamos familias, las que tal como cualquier otro componente de la naturaleza son una respuesta a largas, complejas y variadas condiciones en las que se ha ido desarrollando y adecuando la vida humana en un proceso continuo.

Así pues, los humanos son sólo un componente/eslabón del sistema ecológico-evolutivo de nuestro planeta Tierra. Al decir humanos, hablamos de una especie más entre los 10 a 30 millones de otras especies que están presentes en cada bioma o ecosistema existente en todos los rincones del globo: en sus mares, lagos, ríos, riachuelos, océanos, estepas, bosques, humedales, fosas oceánicas, cumbres altoandinas, salares, y muchos otros. Cada uno de ellos son ecosistemas más o menos diversos, altamente complejos, idiosincráticos, compuestos por especies que son el producto de historias evolutivas muy antiguas, únicas e irrepetibles.

“El mismo coraje debió haber tenido en su oportunidad Nicolás Copérnico, cuando redactaba no una carta magna, sino su teoría en la que planteaba que la Tierra no era el centro del universo. Pues no lo era. Así como tampoco lo somos los humanos”.

ESPECIES

En dichas tramas ecológicas se anidan –muy recientemente desde una perspectiva evolutiva- los grupos humanos y sus sociedades. Como buenos ingenieros ecosistémicos, nuestra especie ha sido capaz de modificar estos espacios naturales, creando nuevos hábitats para sí misma: ciudades, cultivos, plantaciones, estepas ganaderas, parcelas de agrado, entre muchas otras. Cada uno de ellos depende sin embargo de la naturaleza, y a la vez alberga parte importante de ella. Son entonces, espacios compartidos por una diversidad de especies en las que, en su conjunto, tal como sucede en los espacios naturales, se realizan los procesos ecológicos que permiten y alimentan la existencia humana y su bienestar.

La biodiversidad presenta dos características relevantes que son propias a toda la naturaleza: diversidad y complejidad. Estamos familiarizados con un pequeño puñado de estas especies: unos pocos mamíferos, algunas aves, insectos, otras tantas plantas. Excepcionalmente conocemos algunos microorganismos, quizá porque nos enfermamos alguna vez por su causa. Pero la abismante mayoría de las especies que componen el entramado de la vida, y que sostienen las poblaciones humanas, permanece invisible al ojo de nuestras sociedades. Estas especies, sin embargo, conforman un andamiaje ecológico que permite sostener los procesos fundamentales para la existencia humana, y que otorgan bienestar a través de la producción primaria y secundaria de bienes.

COMPLEJIDAD

Uno de los atributos innatos de la naturaleza es su complejidad. Los ecosistemas son sistemas vivos que están interconectados de muchas formas. Interconexión que se observa en ese nivel atómico que permite la creación e integración de moléculas que son básicas para la vida como el ADN o la glucosa; o en el nivel fisiológico que permite la integración y funcionamiento de los órganos que conforman un cuerpo en entornos específicos. Son conexiones ecológicas las que permiten el establecimiento de mallas tróficas o el movimiento de nutrientes de un nivel a otro, y ciertamente la transformación evolutiva y adaptativa de la vida. Los sistemas naturales funcionan de manera integrada, dinámica, y las interconexiones ecológicas que permiten su existencia operan a diferentes escalas, lo que hace aún más complejas sus dinámicas.

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La mayoría de las especies que componen el entramado de la vida, y que sostienen las poblaciones humanas, permanece invisible al ojo de nuestras sociedades.

Los organismos vivos, incluyendo los humanos, establecen relaciones que muchas veces no son evidentes, y al mismo tiempo son siempre cambiantes. Las propiedades constitutivas de la biodiversidad hacen que el resultado de su operar sea mucho más complejo que la suma de sus partes. Es importante enfatizar esto, porque un abordaje reduccionista del tema, ciego a esta complejidad y a su ubérrima variabilidad, siempre conlleva el riesgo de aproximaciones infructuosas, que no ayudan a entender y entendernos en el mundo, ni menos a mejorarlo y mejorarnos. Al contrario.

Es sobre la base a estos hechos, que el núcleo de cualquier texto constitucional que pretenda normar el ordenamiento social y jurídico del tránsito de una nación joven como Chile a un hipotético mejor futuro, debe necesariamente incluir la premisa por la que se reconozca la relación básica, indisoluble y vital que existe entre humanos y naturaleza. Aunque suene como una verdad de Perogrullo, esta relación es efectivamente la piedra angular de cualquier sistema socio-ecológico como el nuestro. Al reconocer esta relación, no hacemos más que estampar en el documento constituyente un hecho tan elemental como indiscutible: humanos y naturaleza somos una misma cosa.

La incorporación al epicentro de una Constitución del carácter relacional de la biodiversidad con lo humano, no sólo es un acto de reconocimiento del saber actual, sino él es también y por sobre todo uno de valentía y coraje. Ello, por cuanto desafía gran parte del status quo que, por decisiones nacidas de la ignorancia o la avidez del poder político respectivo, y también por una inercia volitiva generalizada, ha determinado el accionar de la humanidad durante varios milenos. El mismo coraje debió haber tenido en su oportunidad Nicolás Copérnico, cuando redactaba no una carta magna, sino su teoría en la que planteaba que la Tierra no era el centro del universo. Pues no lo era. Así como tampoco lo somos los humanos. Ni mucho menos los humanos que pretenden existir de espaldas a natura.

(*) Directora para Chile de Wildlife Conservation Society. Extracto del artículo publicado in extenso en la revista www.endemico.org 

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