DAÑOS AL CERRO UNITA: Un gigante herido

El presente artículo es parte del documento denominado Diagnóstico de Daños y Alteraciones, Complejo Arqueológico Prehispánico Cerro Unita, realizado por los autores, y cuyo objeto fue entregar un reporte acucioso de los antecedentes técnicos de diagnóstico sobre las afectaciones de origen antrópico, vale decir asociadas a la actividad humana, constatadas e identificadas en el año 2019 en el Cerro Unita, conocido también por las comunidades indígenas como Cerro El Toro.

Arquitectura y Patrimonio02/07/2020 Luis Pérez Reyes y Cecilia Sandoval Tripailaf
Cerro Unita y Gigante de Tarapacá
Cerro Unita y Gigante de TarapacáFoto: Franco Miranda

(*) Continuación del artículo de la revista impresa. Cerro Unita, será llamado como tal a partir del periodo republicano peruano ya que, según Mario Rivera, Arqueólogo, a partir de la United States Naval Expedition of the Southern Hemisphere realizada entre los años 1849 a 1852 a Chile y el Perú, que se entregarán los primeros reportes del gigante de Tarapacá, asociado a un periodo pre-Inca, y será en el marco de esta expedición que recibirá la toponimia en comento.

Más tarde en 1904, Plagemann reconocerá el origen del nombre UNITA en Bollaert quién recorre la pampa en 1825, llegando incluso a dibujar en detalle la hacienda de Huarasiña.

Cerro Unita es también conocido localmente como Cerro El Toro o del Toro , se considera como parte de un complejo productivo agrícola y ceremonial prehispánico que contempla alrededor de 4.600 hectáreas de cultivos que se emplazan entre la desembocadura del río Tarapacá y sobre el cono de deyección de este hacia la Pampa del Tamarugal. 

De acuerdo a las investigaciones realizadas en los territorios indígenas de Sibaya, Huarasiña, Limaxiña, Coscaya, Parca y Macaya el nombre de Cerro El Toro, fue de uso común, en términos coloquiales, hasta el periodo subactual y escasa persistencia en la actualidad, diversos comuneros que practicaron arrieraje y movilidad económica entre la precordillera de la quebrada de Tarapacá y su desembocadura, hacia la pampa de Huara y sus oficinas salitreras. Los Srs. M. Mollo (Sibaya), D. Relos (Huarasiña), E. Pérez † (Sibaya), L. Moruna. (Parca) entre otros entrevistados, e incluso académicos (H. Larraín, conversación personal) que tuvieron la oportunidad de realizar entrevistas etnográficas durante la década de 1970, se refieren al Cerro Unita, como cerro El Toro, en asociación a que, en dicho cerro al pasar en dirección a Huara, se escuchaba bramar un toro, lo cual era asociado a un espíritu celador o cuidador de un entierro (bienes de valor) Inca. La asociación del toro, como animal de poder, aunque fuera introducido a América por los europeos durante la colonia, es recurrente en los espacios asociados a Huacas o sitios de significación cultural ancestral, con elementos prehispánicos de la administración Inca.  En efecto, será H. Larraín, quién en 1970 realizará recolecciones de material arqueológico en Cero Unita, rescatando algunos bienes ceremoniales Inca, los cuales actualmente remitió al Museo Regional de Antofagasta.

Presenta más de 6.000 hectáreas de extensión definida en base a una trama orgánica (constatada in situ), de interacción de espacios productivos agrícolas, ganaderos, de tráfico, ceremoniales y residenciales de la población prehispánica agrícola y recolectora local. Complejos ceremoniales y productivos de arte rupestre monumental con geoglifos y petroglifos, se entraman con una amplia dispersión de áreas de laboreo de las poblaciones locales, presentando un rico y vasto registro arqueológico con grandes áreas de cultivos en eras extensivas, asentamientos estacionales, canalizaciones, camellones, trojas o collqas, y tramas de senderos y fajas de tránsito caravanero, y muchos otros tipos de infraestructura menor, así como registros sutiles dejados por la actividad humana pretérita, que se superponen desde la ocupación inicial de los grupos humanos en la desembocadura del río Tarapacá, hasta las últimas ocupaciones estacionales para la producción agrícola en la década de 1970. 

Estas poblaciones que por generaciones se asentaron y establecieron en la desembocadura del río Tarapacá, lograron desarrollarse exitosamente a una escala mayor entre el periodo Formativo (posiblemente desde 1.000 a.C apróx.) con episodios de repliegue y sequías cada cierto tiempo, y durante el primer milenio de la era cristiana hasta el periodo Intermedio Tardío con reasentamientos de regresión y progresión dentro del valle, y hacia la Pampa de Iluga incluso llegando a limitar con cultivos de Pampa Tambillo, en el área territorial de Mamiña, cuando la producción agrícola fue óptima en años lluviosos y que entregaron un caudal abundante a la pampa. 

Esta actividad agrícola extensiva, será cartografiada en el periodo Colonial, ya en decadencia, por A. O’Brien (1765), dando cuenta de su magnitud y complejidad.

Dichas ocupaciones, estuvieron basadas en un sistema complejo de relaciones entre geografía, ecología y cultura local (Núñez, 1966), para optimizar los recursos hídricos de la desembocadura en el desierto. Esto último, con persistencia hasta la actualidad en varios aspectos reflejados en la cultura y tradición de la comunidad indígena de Huarasiña, ubicada actualmente en un punto muy cercano a la desembocadura del río Tarapacá, y que ha sido el núcleo de ocupación residencial durante al menos dos milenios.

Esta relación por parte de la CI Aymara de Huarasiña, está basada en sus conocimientos territoriales ancestrales, memorias de uso y costumbres, y antecedentes complementarios de tipo arqueológicos, geográficos, ecológicos, históricos, documentales y otros de interés, levantados a través de un significativo proceso de reconocimiento territorial, que involucra prospecciones y análisis sistemático del territorio, para su puesta en valor.

El complejo arqueológico de producción agrícola y ceremonial al cual se asocia Cerro Unita, solo en su área inmediata presenta relacionada espacialmente una amplia red de geoglifos, posiblemente asociados al control del año productivo agrícola de Pampa Iluga u O’Brien, Gallinazos, Desemboque, entre otras áreas de producción, con relación a complejos y sitios arqueológicos ceremoniales menores. 

De igual forma, se asocia al sistema de redes viales asociadas a la faja de movilidad Altiplano - Alto Tarapacá - Pampa del Tamarugal (actualmente sector de Huara), y el eje vial principal Norte – Sur, inter valles o secciones bajas de quebradas, asociado principalmente al periodo prehispánico Intermedio Tardío y posteriormente de Administración Inca, conocido como Qhapaq ñan de las arenas calientes. 

Cerro Unita ha sido objeto de diversos estudios y menciones, generalmente en el contexto de estudios del arte rupestre en el Norte Grande (Plagemann, 1906; Niemeyer, 1983; Briones, 2008), sin embargo, a la fecha según hemos indagado no posee un expediente que compile fehacientemente los antecedentes de estudios, a la vez que constituyen un expediente formal para la declaratoria del área en general como un área intangible y protegida.

Un antecedente de importancia legal es que la CI de Huarasiña, abordó la responsabilidad de protección patrimonial de su territorio ancestral ingresando a Bienes Nacionales un expediente con antecedentes territoriales que ameritan el reconocimiento territorial de la CI frente al Estado de Chile. La CI de Huarasiña a la fecha no ha recibido respuesta de tal requerimiento.

ANTECEDENTES ESPECÍFICOS

  • Cerro Unita es citado continuamente como un referente de importancia en el arte rupestre prehispánico del Norte Grande tanto por sus dimensiones a la vez que por su diseño, estilo e iconografía (Briones & Álvarez, 1984; Chacama & Briones, 1996; Horta, 1997:104; Vilches, 2006)., sin embargo, y según hemos constatado en una exhaustiva revisión bibliográfica del arte rupestre en el Norte de Chile, no posee publicaciones específicas que aborden el sitio arqueológico como tal, ni una caracterización formalmente publicada en revistas de divulgación científica.
  • En 1982 fue arbitrariamente intervenido bajo el pretexto de restauración por Briones y Álvarez (1984), en el marco de las actividades de la, en ese entonces “recientemente establecida” Universidad de Tarapacá (1982), como parte de las actividades académicas de extensión e investigación, aunque las intervenciones de geoglifos como medida de conservación ya se venía implementando desde el año 1975 en los sitios arqueológicos de arte rupestre del valle de Lluta.
  • De interés es que autores como Vilches (2006) definen Cerro Unita como un sitio exclusivamente de arte rupestre como sigue:

“Tanto Cerro Unita como Ariquilda I son sitios exclusivamente de arte rupestre, el primero de geoglifos asociados a un espacio sagrado de marca y descanso en ruta, y el segundo de petroglifos asociados a un espacio ceremonial.” (Vilches, 2006:67)

  •  Briones recurre a menciones del sitio de arte rupestre en forma recurrente sin embargo, sus análisis en que menciona Cerro Unita no lo abordan en profundidad, sino que lo indican en un sentido relacional, en cuanto expresión de importancia para la región. 
  • Cerro Unita, como unidad geomorfológica se presenta como un cerro solitario en la pampa al norte de la desembocadura del río Tarapacá, su altura máxima no supera los 60 metros y presenta una forma alargada e irregular de media luna que se proyecta en un eje Suroeste-noreste. Esta geoforma genera una resistencia a los vientos Sur y Suroeste permitiendo la acumulación leve de arenas a barlovento (por su cara Oeste) en donde se ubicará el panel del Gigante, y un banco considerable a sotavento (por su cara Este), impidiendo el reconocimiento de arte rupestre allí.
  • Presenta un pequeño cerro anexo por el norte, de muy baja altura, no superando los 20 metros. Su geoforma responde evidentemente a una cumbre relictual de antiguas formaciones que quedaron sepultadas bajo el relleno aluvial cuaternario de la cuenca intermedia que hoy conforma la pampa del Tamarugal.
  • Presenta al menos tres grandes áreas de arte rupestre, exclusivamente con geoglífos, aunque se carece de estudios exhaustivos que den cuenta de la presencia o ausencia de otro tipo de manifestaciones prehispánicas como petroglifos. Un área principal es denominada el Gigante de Tarapacá o Atacama, y corresponde a un panel cuya imagen central es una figura antropomorfa, confeccionada en base a trazados rectos con una cabeza rectangular horizontal radiada (con proyecciones paralelas y verticales). Se define como un geoglifo realizado en base a la técnica de sustracción o raspado, lo cual consiste en generar un vano o claro que contrastará el interior del dibujo y sus márgenes con el exterior del suelo intervenido, generando un contraste.
  • Se constató efectivamente diversos daños de origen antrópico, en su mayoría irreversibles producto de que constituyen alteraciones a contextos arqueológicos y geológicos, en casos de afectaciones a la cobertura del suelo y sustratos inferiores frágiles, lo cual significa que no existe recuperación del suelo cuya formación es producto de un proceso natural de miles a cientos de miles de años.


BIBLIOGRAFÍA

Briones, Luis & Luis Álvarez. 1984. Presentación y valoración de los geoglifos del Norte de Chile. Estudios Atacameños Nº 7: 225-230.

Ewbank, Thomas. 1855. Apendix E. A Description of the Indian Antiquities Brought from Chile and Peru, by The United Satates Naval Astronomical Expedition. En: The U.S. Naval Astronomical Expedition to the Southern Hemisphere, During the Years 1849-'50-'51-'52. Vo II: 110-150. A. O. P. Nicholson Printer. 

Gilliss, James Melville. 1855. The U.S. Naval Astronomical Expedition to the Southern Hemisphere, During the Years 1849-'50-'51-'52. Vol. I. 612 pp. A. O. P. Nicholson Printer.

Horta Tricallotis, Helena. 1997. Estudio Iconográfico de Textiles Arqueológicos del Valle de Azapa, Arica. Revista Chungara 29, N°1:81-108. Universidad de Tarapacá.

Pérez Reyes, Luis & Cecilia Sandoval Tripailaf. 2014. 

Plagemann Hamburg, Albert. 1906. Über die Chilenischen "Pintados". Beitrag zur Katalogisierung und Vergleichenden Untersuchung der südamerikanischen Piktographien. XIV Amerikanisten - Kongress, Stuttgart 

Vilches, Flora. 2006. Arte Rupestre y Vida Cotidiana en Chusmiza, Región de Tarapacá. En: Arte Americano: Contextos y Formas de Ver: Terceras Jornadas de Historia de Historia del Arte. Pp: 63-68. Juan Manuel Martínez, Editor. Ril Editores.

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