¿Quién conversará con los geoglifos? EL DESIERTO LLORA A LUIS BRIONES

Un maestro a la antigua, generoso y apasionado por la cultura nortina. Se consideraba un hombre del norte. Nació en Pedro de Valdivia, vivió su niñez en Pica y su juventud en Iquique. En Santiago estudió Artes Plásticas en la Universidad de Chile, también arqueología, pero no se tituló. Desde 1974 habitó Arica, su segunda patria. Hasta los 70 años trabajó en la Universidad de Tarapacá. Precisamente el año 2010 dejó su apasionante quehacer como investigador en el Museo de San Miguel de Azapa, para volver a sus raíces al interior de Iquique.

Arquitectura y Patrimonio18/04/2021 Andrea Suárez
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“No solo investigaba, sino que también ponía todo su corazón en proteger estos lugares maravillosos que tenemos en el desierto tarapaqueño”.

Uno de los estudiosos del desierto más reconocidos en el norte grande nos dejó, repentinamente, en medio del dolor de todos quienes le conocieron: Luis Briones Morales. Un maestro que siempre estuvo dispuesto a compartir sus conocimientos con todo el mundo, con la capacidad que tienen los profesores, de hacer fácil lo difícil. Pionero en los estudios sistemáticos sobre Geoglifos y Petroglifos, con más de 60 años de incansable labor. Formador de generaciones de arqueólogos y antropólogos, un maestro que siempre estuvo dispuesto a compartir sus conocimientos con todo el mundo.

“Luis Briones era de una vieja escuela de maestros -dice el académico Alberto Díaz-. Somos muchos profesores, pero son muy pocos los maestros. En ese estrato, para hacer la diferencia arqueológica, ahí estaba Luis Briones. Y eso significa que, en su rol como maestro, además de su calidad de persona notable, estaba ese ímpetu por divulgar todo el conocimiento que muchas veces queda circunscrito a los laboratorios, a las bibliotecas, a los museos”. 

“El año 2010 dejó su apasionante quehacer como investigador en el Museo de San Miguel de Azapa para volver a sus raíces al interior de Iquique”.

Briones se interesó desde niño en los vestigios arqueológicos, seguramente influenciado por su primo Lautaro Núñez –Premio Nacional de Historia-. “Puede que sea un poco quijotesco lo que uno hace en la vida porque tiene que luchar contra los molinos de viento, pero también tiene amigos y gente que estima. Aparentemente vivimos en un mundo solitario, pero está lleno de afectos, desde el perro que tienes, hasta el árbol que criaste, puedes conversar con ellos porque son parte de ti”, señaló en una de sus últimas entrevistas.

CIENTÍFICO Y ARTISTA

Para Pablo Cañarte, gestor cultural y quien muchas veces trabajó con él en proyectos de divulgación, en especial con niños, Luis Briones “fue un científico y un artista, que no solamente investigaba, sino que también ponía todo su corazón en proteger estos lugares maravillosos que tenemos en el desierto tarapaqueño, en especial en materia de Geoglifos”. Una afección cardíaca, que se venía arrastrando por años, fue -en definitiva- la causa de su muerte, cuando se recuperaba de una intervención quirúrgica de alta complejidad. “Desde hace algunos años venía con un problema más o menos grave al corazón y con el paso del tiempo, también de los años, tuvo que someterse a una operación muy delicada, de la cual no quedó bien”, señala Alberto Díaz.

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“Sin ser artista -dice Briones en una entrevista- tendría la capacidad de entender a los artistas, pero también desde el punto de vista de la arqueología, hacer hablar a los objetos, que nos digan qué son, de dónde vienen, quiénes los hicieron. Junto esas dos disciplinas, el arte y la arqueología, estoy en ese filo, pero cuando uno llega a un sitio arqueológico, donde nadie ha llegado supuestamente en miles de años, no cabe otra cosa que emocionarse”.

UNIVERSIDAD

Hasta los 70 años, trabajó en la Universidad de Tarapacá. Precisamente, el año 2010, dejó su apasionante quehacer como investigador en el Museo de San Miguel de Azapa para volver a sus raíces al interior de Iquique. Su carrera académica había partido en la sede Arica de la Universidad de Chile, donde enseñó sobre Historia del Arte Iberoamericano. “Si vamos a la historia del arte universal, las dos últimas páginas están dedicadas a América, específicamente la cultura azteca y los incas. Yo me propuse enseñar el arte que conocimos en la arqueología, comencé a enseñar el arte iberoamericano prehispano desde México a Tierra del Fuego”. 

“Puede que sea un poco quijotesco lo que uno hace en la vida porque tiene que luchar contra los molinos de viento, pero también tiene amigos y gente que estima”.

Los petroglifos –diseños simbólicos grabados en rocas- aparecieron en su vida cuando hizo su tesis para optar al título de Profesor de Estado en Artes Plásticas y siempre fueron un enigma sin descifrar. “Seamos honestos, lo único que uno logra es saber que cada vez sabe menos”, dijo en una entrevista. Como experto en arte rupestre recibió una serie de reconocimientos durante sus años de académico: el Premio Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural de Chile; el homenaje de la Sociedad de Investigadores de Arte Rupestre de Bolivia y el nombramiento de Hijo Ilustre de Arica, por parte de la Municipalidad de Arica.

“Luis Briones Morales -señala Alberto Díaz- era, sin lugar a dudas, uno de los hombres del desierto, de la pampa y de los oasis que conocía muy profundamente todas las grietas y todos los senderos del desierto tarapaqueño; mil historias, mil experiencias que sintetizaba Lucho Briones”. Pablo Cañarte, agrega: “Un tarapaqueño de tomo y lomo, gran hacedor de amigos, una persona que tuvo una muy importante producción bibliográfica explicando, valorizando y poniendo en valor estos maravillosos testimonios del pasado; llegó a ser uno de los mayores expertos en Chile en los Geoglifos y en su protección”.  

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Luis Briones conocía muy profundamente todas las grietas y todos los senderos del desierto tarapaqueño.

PERSONALIDAD

Calogero Santoro, profesor de la Universidad de Tarapacá, escribe: “La atracción por sumergirse y conectarse con mundos lejanos y desconocidos, a través de hurgar los elementos que seguían transportando los caravaneros, en los años cuarenta, para intercambiarlos por productos del oasis y del puerto de Iquique, llenaban su imaginación y curiosidad. Esta atracción de enfrentar nuevos desafíos y abrir ignorados derroteros, como los antiguos caravaneros que conectaban mundos distantes y exóticos a lo largo y ancho de los territorios de los países andinos como Perú, Bolivia, Argentina y Chile, marcó su personalidad hasta su muerte”.

“Tenía más de 80 años, pero físicamente representaba muchos menos. Mentalmente era un personaje mayor por sus conocimientos y sabiduría que fue adquiriendo a través de su incansable e inalcanzable tranco para caminar, observar y registrar en su prodigiosa memoria y sus cuadernos de campo, vívidas expresiones de lo que se escondía en pequeños rincones medio tapados por las arenas del desierto; todo lo cual lo transformó en un ilustrado habitante de este territorio. A su casa, ubicada en un esquina arenosa y soleada entre Pica y Matilla que bautizó como Poromita, llegaba todo tipo de gente, me comentó más de una vez Ani Valentin quien lo acompañó por más de 50 años en esta aventura espacial”.

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“Luis Briones era de una vieja escuela de maestros -dice el académico Alberto Díaz-. Somos muchos profesores, pero son muy pocos los maestros”.

“Hace pocos meses atrás había comenzado la tarea de reproducir, siguiendo la vieja escuela del papel diamante o mantequilla, los dibujos de sus cuadernos, unos verdaderos calcos en miniatura que además guardaba en su envidiable memoria fotográfica. Intentaba con ello ordenar “Luchopedia”, pero en realidad, en este proceso podía revisitar lugares a los que ya no podía volver físicamente; una evocación que le permitía repasar y refrescar en su memoria figuras que había registrado en el siglo pasado; una manera también de acercarse a los caravaneros que posiblemente repasaban o reparaban geoglifos que habían dibujado en viajes anteriores. Como los viejos caravaneros este ilustrado habitante del Desierto de Atacama emprendió un último viaje, desde Poromita, al que volverá en alma, pero no en cuerpo por lo que seguiremos cultivando por él y con él la pasión por el desierto y para que su legado, “la Luchopedia”, no quede tapada por las arenas que el viento sopla sobre la pampa”.


CALOGERO SANTORO: “UN LIBRO 
QUE ESTABA SIEMPRE ABIERTO”

 

El arqueólogo Calogero Santoro lo despide así, en la revista Chungará: “Estudiantes, arqueólogos, arquitectos, músicos, políticos, productores de TV, entre otros, venidos desde distintas partes del país y del exterior, incluyendo al suscrito, nos acercábamos a Poromita para escuchar y aprender de su sabiduría y experiencia, que relataba de manera cinematográfica, con gestos y sonidos, o dibujando en el suelo y apuntando hacia distintas direcciones en el horizonte, para dar respuesta a las consultas de los visitantes”. De esta manera, Lucho o Lalo, como lo conocía todo el mundo, se transformaba sin ostentación en una especie de verdadera “Luchopedia”, un libro que siempre estaba abierto, interactivo, para el que no se necesitaban claves, ni citas especiales. El respaldo de su enciclopedia, se encontraba en sus cuadernos de campo, con apuntes, croquis y dibujos a escala, hechos a mano alzada, de miles de paneles con geoglifos que registró minuciosamente desde los años sesenta. Esto significó que su retiro de la Universidad, más que sacarlo de la vida académica, lo mantuvo activo y creativo, llevándolo continuamente a seguir descubriendo o revisitando las huellas de los antiguos habitantes del Desierto, materializadas en senderos, geoglifos y apachetas milenarias o centenarias”.

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