PERMAFROST: EL “SUELO CONGELADO SIEMPRE ETERNO” DE SIBERIA SE DERRITE

En Sajá-Yakutia, asentada casi por completo sobre permagel, los efectos del calentamiento global cambian radicalmente el paisaje y la vida cotidiana. La degradación de la capa helada provoca la inestabilidad del terreno y libera más gases de efecto invernadero, lo que acelera el cambio climático.

Ciencia y Medio Ambiente25/11/2021 María R. Sahuquillo (*)
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El cráter de Batagaika

Con pasos certeros, Erel Struchkov sortea las estrías de arena y los torcidos matorrales en la pronunciada pendiente del cráter Batagaika. Hace tres lustros que bajó por primera vez al fondo de la megadepresión, la mayor creada por deshielo de permafrost del planeta. En su pueblo, Batagai, a unos 50 intransitables kilómetros del gran agujero, se rumoreaba que, en verano, cuando desaparece la gruesa capa de nieve y hielo que lo recubre todo en una zona de Siberia que alcanza fácilmente los 50 grados bajo cero en invierno, se podían hallar en el fondo preciados colmillos de marfil de mamut y grandes huesos prehistóricos, que habían permanecido congelados durante siglos y que comenzaban a aflorar con el deshielo de aquel suelo antiguo. “Apenas hace falta aguzar el oído para sentir el quejido de la tierra”, susurra Struchkov, de 35 años, hoy convertido en guía científico del área.

El crujido es constante, casi musical. Hasta que el calor cada vez más agudo y sostenido de julio hace burbujear las gélidas paredes del cráter, que liberan de sus brillantes vetas, como con un disparo, pedazos de roca y losas de hielo viejo, ampliando la enorme cicatriz en la tierra. El calentamiento global tiene consecuencias devastadoras en todo el planeta. Y el llamativo boquete, cuyo suelo de permafrost abarca hasta 650.000 años —el más antiguo de Eurasia, según los estudios—, es un indicador de lo que sucede en todo el mundo. Y representa la especial vulnerabilidad del Ártico, un territorio donde las temperaturas se han disparado hasta dos y tres veces más rápido que el promedio mundial durante los últimos 30 años, señala Anna Kurbatova, profesora de Ecología de la Universidad RUDN.

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En Verjoyanks llegó a haber un aeropuerto pequeño, ahora aunque mantiene el estatus de ‘ciudad’ solo tiene un millar de habitantes. M.R.S.

Hasta la década de 1980, Sajá-Yakutia, denominada también como “reino del frío”, no conoció los problemas del calentamiento global.

SAJÁ-YAKUTIA

El pensamiento, vida y economía de Sajá-Yakutia, una de las zonas pobladas más frías del planeta, han estado asociados durante siglos con el permafrost estable. “Su deshielo y el fenómeno de desertificación del territorio están cambiando a pasos agigantados la sociedad, las infraestructuras y la estructura agrícola”, expone Kurbatova. Y también la orografía de la estratégica región: propicia graves inundaciones, cubre el territorio de lagos y pantanos, alimenta los cada vez más devastadores incendios que devoran sus bosques o desencadena nuevos y profundos cráteres. Además, conforme ese suelo helado se derrite, bacterias y material orgánico congelados en él durante mucho tiempo se descomponen y provocan la liberación de gases de efecto invernadero. Y esto, a su vez, acelera el cambio climático. Un círculo vicioso.

Durante décadas, el cráter Batagaika se ampliaba en unos 10 metros al año. Desde 2016 crece casi 16 metros, según un denso estudio de la Universidad de Potsdam (Alemania). Hoy, el enorme boquete en las tierras altas del río Yana se asemeja desde el cielo a una mantarraya. O a un espermatozoide, bromea Erel Struchkov. Uno gigante, con la cabeza de un kilómetro de ancho, 2,5 kilómetros de largo y una oquedad rugosa de hasta 100 metros. En sus profundidades, los arroyuelos nuevos de agua helada exponen aún de cuando en cuando restos de fauna prehistórica y materia orgánica podrida que atufa el ambiente y atrae a osos y a pequeños depredadores.

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En Churapcha, en Sajá-Yakutia, Siberia, Rusia, el terreno se ha abomado en forma de montículos o verrugas por
efecto del descongelamiento del Permafrost. N. BASHARIN – Instituto Melnikov Permafrost.

En ruso, el permafrost se llama poéticamente “suelo congelado eterno”. Pero no ha sido así. Su degradación se aprecia de forma cada vez más clara en el paisaje. Y no solo en el cráter Batagaika y otras depresiones causadas por el deterioro de esa capa helada. Las inundaciones provocan casi cada primavera importantes daños en innumerables y remotas aldeas. Y hace impracticable para el cultivo y el pasto ricos terrenos en los que antes había pueblos enteros y granjas de vacas o de caballos, acelerando los procesos migratorios y dejando el territorio, en el que moverse es una odisea, todavía más despoblado. En Rusia, sobre todo en Siberia, las tierras cultivables para la agricultura se han reducido a la mitad desde 1990 por la desaparición de las granjas estatales y el deterioro del terreno. En Churapcha, una ciudad conocida por su tradición de lucha libre sajá a unos 180 kilómetros de la capital regional, Yakutsk, la termoerosión es especialmente visible: ha abombado a ronchas prados enteros, que ahora parecen cubiertos de verrugas gigantes.

Hasta la década de 1980, Sajá-Yakutia, denominada también como “reino del frío”, no conoció los problemas del calentamiento global, recuerda el científico Alexander Fedorov en su despacho de Yakutsk, con las paredes cubiertas de libros y mapas de la región, que comprende el 20% del territorio de Rusia. Su equipo estudia y mapea los distintos tipos de permafrost y su comportamiento. Investigan sobre el terreno, pero también en las profundidades de la cueva excavada en el suelo de permafrost debajo del Instituto Melnikov. Con casi 30 grados en la calle, la temperatura 12 metros bajo el edificio es de -8º. “Estos procesos de calentamiento son muy tangibles para nosotros, la tierra se irá degradando y aquí viviremos cada vez peor. Pero si no detenemos el deshielo del permafrost el impacto negativo no solo se sentirá en la región; será enorme en todo el planeta”, advierte el experto.

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Durante décadas, el cráter Batagaika se ampliaba en unos 10 metros al año. Desde 2016 crece casi 16 metros.

DERRETIMIENTO

El riesgo para las infraestructuras de que se derrita esa capa subterránea de terreno congelado no es pequeño. En junio del año pasado, provocó el derrumbe de un tanque de combustible diésel en Norilsk, que derramó fuel en una zona protegida. Fue el mayor vertido de la historia en el Ártico: 20.000 toneladas de diésel. Tras lo ocurrido, las llamadas de alerta de especialistas y ambientalistas y una insólita reprimenda del presidente ruso, Vladímir Putin, a la empresa responsable, la Fiscalía general rusa encargó un estudio de las infraestructuras estratégicas construidas sobre territorio de permafrost y por tanto vulnerables: desde puentes hasta depósitos de combustible o centrales eléctricas. Además de innumerables edificios de viviendas. Sin embargo, mitigar el daño provocado por la degradación del hielo en las infraestructuras rusas puede sumar más de 100.000 millones de dólares para 2050, calcula Dmitri Strelevskiy, de la Universidad George Washington, en un estudio.

Nariyana Romanova volvió hace poco a Yakutsk tras pasar una temporada viviendo en Moscú y viajando por el mundo. Ahora enseña inglés. Ama profundamente su región, pero le teme al futuro. “Tengo 27 años y me asusta que quizá mis hijos, y con toda probabilidad mis nietos, no encuentren las cosas como ahora”, se lamenta. Es pesimista. Y no es para menos cuando estos días Yakutsk se asemeja a una película distópica. La ciudad está envuelta en una nube ocre de humo tóxico, derivada de los salvajes incendios forestales que han devorado ya más de 1,6 millones de hectáreas de los densos bosques de taiga de la región.

“El año pasado, en el caluroso verano aparecieron pájaros desconocidos, con colas parecidas a loros. Y un oso polar caminó por el distrito”.

En Verjoyanks, a unos 75 kilómetros del cráter Batagaika, Ayal Vasilev ironiza con que debido al cambio climático pronto se podrán cultivar allí sandías e incluso plátanos. “Los veranos son cada vez más cálidos y algunos se alegran, porque nos vamos desacostumbrando al frío y los inviernos fríos se hacen duros; pero es peligroso”, reconoce el joven de 20 años, que ha regresado a su aldea natal desde Yakutsk, donde estudiaba Pedagogía, para echar una mano a su madre, Larissa Popova, que trata de montar una casa rural para turistas.

Las cosas han cambiado muy rápido en toda la zona, abunda el alcalde de Verjoyansk, Dulustán Kapitonov. “El año pasado, en el caluroso verano aparecieron pájaros desconocidos, con colas parecidas a loros. Y un oso polar caminó por el distrito”, recuerda el regidor, de 29 años. De hecho, en los últimos 25 años, los ornitólogos han identificado en Sajá-Yakutia 48 especies no autóctonas y raras en la región, como patos reales o golondrinas. “Los dichos populares y ‘recetas’ de nuestros antepasados ya no funcionan”, advierte. A Natalia Lapteva, conservadora del museo de Verjoyansk, que expone huesos de mamuts y bisontes y también la historia de algunos de los represaliados enviados a la zona, los rápidos cambios le generan algo de ansiedad. “Está sucediendo en todo el mundo, pero a nosotros nos afecta especialmente”, afirma.

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En Yakutsk y otras partes de Sajá-Yakutia, la mayoría de los edificios se construyen sobre pilares, debido al permafrost.


MAMUTS CONGELADOS: LOS VESTIGIOS
QUE ASOMAN BAJO EL PERMAFROST

 

Al derretirse, el permafrost también desvela vestigios de un pasado lejanísimo, el Pleistoceno. Mamuts congelados casi de una pieza, restos de bisontes, rinocerontes lanudos, leones cavernarios. Tesoros no solo para científicos de todo el mundo, que como Albert Protopopov, jefe del departamento de la Fauna Mamut de la Academia de Ciencias de Sajá-Yakutia, estudian su evolución. 

En una de las salas del departamento de investigación de la Academia, gigantescos huesos de mamuts, astas de reno y restos de rinoceronte lanudo se agolpan en las estanterías metálicas. Apenas queda un milímetro libre. Es como una cueva de tesoros paleontológicos para los científicos. Con grandes congeladores de los que el biólogo Protopopov extrae con cuidado a Esparta, una cachorra de león cavernario de hace 28.000 años. Con los ojitos cerrados, está tan bien conservada que parece un peluche sobre el mostrador del laboratorio. Fue hallada por cazadores de mamuts en 2018. 

El estudio de la fauna de la edad de hielo es clave, remarca Protopopov: “No solo porque arroja cada vez más datos sobre los propios animales extintos, también porque está directamente relacionado con el cambio climático”.

(*) Extracto del reportaje publicado en la revista El Semanal del diario El País de España.

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