BOSQUES SUBMARINOS: Guardianes de la biodiversidad

Este artículo fue publicado originalmente en la web de la Fundación Mar y Ciencia, quienes tuvieron la gentileza de compartirlo con los lectores de Tarapacá Insitu. La institución, que trabaja en Valparaíso y Magallanes, nació con el objetivo de promover la valoración de los ecosistemas marinos de Chile, a través de programas de comunicación pública de las ciencias y educación ambiental.

Ciencia y Medio Ambiente09/11/2020 Catalina Velasco Charpentier (*)
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Fotos: Catalina Velasco Charpentier

¿Qué es en lo primero en que piensas cuando escuchas la palabra “bosque”? De seguro tu mente visualiza un paisaje con muchos árboles altos y frondosos, aves revoloteando en medio de un color verde intenso. Un lugar apacible – qué ganas de estar allí en estos días de encierro, ¿no? –. Pero, por muy llamativo que se vea ese paisaje, cuando yo cierro los ojos y pienso en esa palabra, me remonto a la primera vez que buceé en el Estrecho de Magallanes. 

Ahí, en el reino submarino, me adentré en un bosque como ningún otro: en vez de árboles, había algas muy altas, tanto que tocaban la superficie; y en vez de aves, muchos peces nadaban alrededor; sentía la ingravidez mientras el agua helada me pinchaba la cara, pero de una forma agradable y energizante. En ese lugar, característico de las costas de Patagonia, la vida acuática prospera.

CUENTO DE HADAS

Los bosques submarinos son ecosistemas dominados por grandes macroalgas pardas del Orden Laminariales, llamadas comúnmente huiros o “kelps”, en inglés. Crecen en las costas rocosas de mares templados-fríos de todos los continentes, a excepción de Antárctica, y que les puedo decir, ¡son mágicos a la vista!

Generalmente, habitan profundidades entre 2 a 30m, con aguas claras, donde la luz penetra fácilmente. Otra condición favorable son la alta cantidad de nutrientes que se da, por ejemplo, en zonas de surgencia. Debido a estas condiciones, los bosques submarinos son un ecosistema muy común en las costas de Patagonia.

En Chile, las algas que forman estos ecosistemas son principalmente Macrocystis pyrifera y Lessonia spp. Estas algas tienen una forma similar a un árbol terrestre, con “raíces” (disco de fijación), tronco (estipe), y hojas (láminas). Estar bajo el agua viendo la inmensidad de estos bosques es un golpe de humildad, ya que M. pyrifera puede alcanzar más de 50 metros de alto. Un verdadero edificio de 20 pisos que se mueve al vaivén de las olas. Un dato interesante es que estas tremendas algas se mantienen erguidas gracias a las estructuras que se encuentran al inicio de sus láminas, llamadas “aerocistos” o “neumatocistos”. Estos flotadores permiten que el alga pueda alcanzar las zonas de mayor radiación solar, y así realizar fotosíntesis.

Al igual como ocurre en tierra, los bosques submarinos son hábitat, zona de reproducción y crianza para cientos de especies. Por ejemplo, el tiburón pintarroja y el calamar patagónico anclan sus huevos entre las frondas de los huiros, que proporcionan un refugio tridimensional contra depredadores. Incluso algunas especies de importancia comercial, como la centolla (Lithodes santolla) y el centollón (Paralomis granulosa), pasan su etapa juvenil asociado a estos bosques, para luego descender hacia el océano profundo en la etapa adulta. Debido a estos beneficios para las comunidades marinas, se dice que los bosques de huiros ayudan a estructurar los ambientes bentónicos, siendo agentes clave de la biodiversidad local.

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Gracias a su actividad fotosintética, producen oxígeno y usan grandes cantidades de carbono inorgánico, funcionando como amortiguadores de la acidificación oceánica. Aportan al reciclaje de nutrientes, son alimento para herbívoros, y producen materia orgánica que es consumida por los detritívoros; las corrientes marinas son atenuadas dentro del bosque, ofreciendo un ambiente más calmo para los organismos, además, protegen las costas de eventos extremos como las marejadas. 

Estos ecosistemas algales tienen tal relevancia, que incluso se cree que jugaron un rol preponderante en nuestra historia pasada. De acuerdo con la “hipótesis de la autopista de algas”, la colonización desde el noreste de Asia hasta América fue facilitada por una ruta que ofrecían los bosques de algas en la costa del Pacífico Norte. Estos proporcionaron amarras para las embarcaciones, reducción de corrientes y oleaje, y una pesca productiva, lo que generó una especie de “carretera de algas” para el desplazamiento de los primeros pueblos cazadores-recolectores marítimos, hace unos 18.000 años atrás .

Además de todos los beneficios ya mencionados, los huiros proporcionan un recurso económico para Chile debido al alginato, un polisacárido presente en sus paredes celulares y que sirve de espesante, principalmente en la industria cosmética y alimenticia. Si miras los productos de tu casa, te darás cuenta de que consumes derivados de estas algas a diario: se encuentran en cremas, salsas, jaleas, pasta de dientes, champús e incluso se usan en la elaboración de cerveza. Ven, son más importantes de lo que creíamos…

NO MÁS BARRETEO

Con el auge de este producto, crece la demanda y Chile es uno de los mayores exportadores de huiros a China, Japón y Francia. A pesar de que estas algas tienen prohibición de extracción, los bosques submarinos son explotados de forma ilegal en el norte de Chile, donde las poblaciones de Lessonia spp. están declinando rápidamente. 

Actualmente, estas algas solo se pueden recolectar cuando se desprenden del sustrato que habitan y llegan de forma natural en la orilla de la playa, también en áreas específicas de la costa que poseen “planes de manejo”. Lo último, corresponde a una extracción regulada, con base en estudios científicos, y que permiten una extracción sustentable de las praderas. Sin embargo, algunos pescadores han incurrido en malas prácticas y sacan las algas de “raíz” por medio de un método llamado “barreteo”.

Con una “barreta” o herramienta de metal, se despega el huiro completo desde el sustrato rocoso. Esto, además de degradar el sustrato, remueve el alga y gran parte de la fauna asociada que encuentra refugio y tranquilidad en los discos del huiro. Se ha documentado que estas estructuras de adhesión pueden albergar más de 150 especies formando verdaderos micro-ecosistemas cuya remoción pone en peligro las poblaciones naturales.

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Luego de sacar el huiro, se deja secando al sol y finalmente es entregado a empresas picadoras, que se encargan de exportar el material. No le damos ningún valor agregado al alga que se exporta como materia prima y luego se nos revende más cara, ¿les suena familiar? Además, las picadoras, en muchas ocasiones, registran lo que compran a huireros ilegales como parte de la cuota de huireros legales, alimentando un círculo vicioso que no pareciera acabar.

La zona norte de Chile concentra el 90% de la extracción nacional de huiros. Para ejemplificar, los desembarques de algas en 2017 alcanzaron las 250.000 toneladas, de las cuales 135.000 toneladas correspondían a Macrocystis pyrifera y Lessonia spp. Ese mismo año, el Servicio Nacional de Pesca incautó 343 toneladas de algas de origen ilegal avaluadas en $137.200.000, lo que demuestra que la infraccionalidad es bastante alta. 

Con esta “fiebre del huiro” y aumento del barreteo, el efecto en el ecosistema marino ya se está notando. En el norte de Chile, la extracción indiscriminada de huiros está generando que estas especies no se vuelvan a reproducir. Es decir, los bosques submarinos en Chile no se están reforestando, perdiéndose una gran biodiversidad asociada a estos ecosistemas. ¡Es una tragedia! Sufro sabiendo que el barreteo está ocurriendo mientras escribo, que paisajes submarinos muy diversos se están convirtiendo en peladeros. Lo peor es que al estar bajo el agua, nadie lo nota.


CONOCER PARA CONSERVAR

Al comienzo les conté de los bosques submarinos de Patagonia. Ahí, en el extremo sur, el problema del barreteo parece lejano. Las condiciones frías y húmedas no permiten un proceso de secado rentable, encareciendo los costos de producción. Sin embargo, en Chile tenemos la mala costumbre de agotar los recursos en un lugar y luego pasar al siguiente, como ocurre, por ejemplo, con la salmonicultura.

Solo basta que la tecnología se use para abaratar los costos de producción, y el barreteo podría llegar a la zona austral. A un lugar que, por ahora, goza con poseer de los bosques submarinos más estables y sanos del planeta…

El panorama se ve abrumador, y como pudieron ver, los bosques de algas son ecosistemas muy especiales y relevantes. Perderlos significa un impacto negativo en múltiples dimensiones, desde disminución de la biodiversidad hasta pérdidas económicas (no soy fanática de hablar en términos económicos, pero debemos reconocer que eso es lo que mueve al mundo, por ahora). Para contribuir a la mitigación de este y otros problemas oceánicos, es necesario que primero nos informemos sobre lo que ahí ocurre. 

Estos guardianes de la biodiversidad submarina son un claro ejemplo de cómo estamos perdiendo ecosistemas antes de llegar a comprenderlos. El océano es el motor del planeta y permite el desarrollo de la vida como la conocemos. Debemos volver la mirada al océano, conocerlo, involucrarnos y alzar la voz. Pueden apoyar a organizaciones que trabajan en el cuidado y puesta en valor de estos ecosistemas, informarse y maravillarse. Vuelvan la mirada al mar, que esa inmensidad siempre traerá paz, mientras la sepamos apreciar.  

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(*) Catalina es candidata a doctora en Ciencias Antárticas y Subantárticas de la Universidad de Magallanes, donde estudia la relación entre la complejidad de hábitat y la estructura comunitaria de los bosques de Lessonia flavicans en el Estrecho de Magallanes. Además, es directora regional para Magallanes de Fundación Mar y Ciencia. Puedes ver sus fotografías submarinas en el instagram @cata.fotosub

El artículo original (con gráficos y referencias) puede ser visto en maryciencia.org/columnas/bosques-submarinos/

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