Cartas de la Guerra del Pacífico: EL TESTIMONIO DE UN SOLDADO

Manuel Ignacio Silva Varela, un joven de 18 años, encendido por el espíritu patrio de la época, se apresuró a enrolarse en el ejército de Chile para participar en la Guerra del Pacífico. En un arrebato juvenil, se alistó como simple soldado, pudiendo haberlo hecho en calidad de oficial debido a sus antecedentes y su formación. Escribió numerosas cartas, dirigidas principalmente a su madre, donde relata con detalle y pasión los acontecimientos de la guerra. Las cartas están recogidas en un libro, escrito por María Soledad Manterola y Juan Ricardo Couyoumdjian, el que fue lanzado por Ediciones UC.

Memoria17/03/2021
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Mucho se ha escrito sobre la Guerra del Pacífico, sin embargo, son pocos los testimonios de la experiencia del conflicto visto “desde abajo”, y son incluso menos los que logran la fluidez de esta correspondencia. Escritas por un joven con buena pluma e instruido, las cartas trasuntan no solo sus estados de ánimo, sino también el entusiasmo colectivo generado por la guerra y la tragedia humana que esto conlleva, señala la editorial en su presentación.

Este libro, señalan sus autores, tiene la virtud de reflejar el sentimiento y la pasión con que un joven de dieciocho años, en una narración espontánea y detallada desde el escenario de la Guerra del Pacífico, relata en cartas a su madre las experiencias al interior del regimiento: los hábitos, los modos de vida, las expediciones por el desierto y sus dificultades, la descripción de las batallas y los acontecimientos bélicos en los que estuvo involucrado. Por la pluma de Manuel Ignacio Silva Varela nos enteramos del bombardeo de Antofagasta, la batalla de Dolores, la toma de Pisagua, la batalla de Los Ángeles, las incursiones hacia el norte de Perú, la sangrienta batalla de Tacna, Chorrillos y Miraflores y, por último, la toma de Lima. Seleccionamos algunos párrafos de estas cartas, para entusiasmarlos en su lectura, gracias a una gentileza de la editorial. (Te facilitamos el link de Ediciones UC)

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PISAGUA: “Una vez anclada la escuadra en la bahía, en medio de una lluvia de proyectiles lanzados desde los fuertes de tierra, a bordo la infantería se alistaba para un pronto desembarco. Así sucedió y después de un unísono ¡viva a Chile! diecisiete lanchas cargadas de valerosos chilenos se desprendieron de los buques con dirección a tierra. Pronto se empeñó el combate. El enemigo estaba en mejores condiciones que nosotros, sin embargo, el desaliento no cabe en el corazón del hijo de Chile y solo el deseo de oír la voz de desembarco nos preocupaba. Desde tierra, los castillos hicieron algunos estragos en las lanchas hundiendo dos en la profundidad del mar llenas de soldados que sus últimas palabras fueron para su patria. Las lanchas avanzaban con lentitud y el fuego de fusilería por ambas partes, atronaban el aire. De pronto atracan las lanchas a la playa y los soldados con el agua hasta la cintura se abalanzan en busca del enemigo para exterminarlo, al parecer, de un solo golpe. Las trincheras fueron abandonadas y el enemigo se batió en retirada. La derrota ya era inminente y luego el tricolor chileno fue clavado en tierra en medio de los “vivas” a Chile y a Escala.

DOLORES: “Una vez recibida la orden de hacer fuego, un inmenso torbellino de humo seguido de un sordo estampido atronó el aire: era la primera descarga que hacía el Atacama. En el acto se empeñó un combate atroz, encarnizado que fue una imitación a las batallas de Napoleón y que se hará célebre en la historia. La artillería con sus piezas de montaña hacía estremecer la tierra con sus disparos y nuestros pechos de coraje. La caballería con sus temibles cargas, blandiendo sus aceros, dejaba entre los aliados la muerte y el espanto y la infantería creyendo poco sus descargas se abalanza calando bayoneta y poniendo en completa derrota al enemigo. ¡Qué hermoso era contemplar a esos valientes que despreciaban la muerte por defender su cara patria! Tres horas consecutivas de pelea parece que no fueron suficientes para satisfacer los deseos del bravo soldado que quería exterminar al enemigo, más fue imposible porque este huyó por las pampas dejando abandonados sus heridos y prisioneros pensando solo en escapar.

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CAMINO A TILIVICHE: “Abandonados a la incertidumbre sin saber adónde nos dirigíamos marchábamos cabizbajos bajo el peso de 150 municiones que habían de decidir de nuestra suerte y atravesamos legua y media de desierto llegando a Quiuña en la quebrada de Tiliviche al amanecer. Esta es una hermosa hacienda bien provista de agua que me hace recordar a mi querido Chile donde no se da un paso sin encontrar eso que alegra el corazón, que se abandona el hombre a la meditación. ¡Lo verde, los pajarillos que al aclarar entonan sus himnos saludando la estrella matutina! ¡Qué hermoso! Después de un inmenso arenal donde todo es muerte, do [sic] jamás una gota de agua ha humedecido siquiera un grano de esa ardiente arena; el viento juguetea caprichosamente con ella y azota sin compasión el rostro del viajero y el sol anonadador fatiga y aun embrutece pues parece que sus rayos penetran el cerebro y queman la fibra del pensamiento... [sic] Después de una jornada de muerte como esa se presentó a nuestra vista la naturaleza viva con todo su esplendor, ahí las flores alegran el alma, el viajero moja su sediento paladar en un cristalino torrente. ¡El trinar del pajarillo lo llama a la meditación dirigiendo su primer pensamiento a Dios! ¡Es muy hermoso, mamá querida!

ESTADÍA EN CAMIÑA: “Camiña es una verdadera aldea con calles muy rectas que corren acequias por el medio, una iglesia grande la cual nos sirvió de cuartel. Consta de una sola galería con cinco altares de caliche muy toscos. El altar mayor es bonito, una particularidad tiene y es que no tiene santos, sino santas, entre ellas conocí a Santa Rosa de Lima. Las casas son feas. El mismo día que llegamos nos llovió fuerte teniendo que guarnecernos en la iglesia sin poder salir afuera. Al otro día de llegar se nos dio culto libre para saquear la población ya abandonada, encargándosenos que había muchos entierros de armas y que los buscáramos y las entregáramos. Varios entierros de provisiones se encontraron. Yo toqué una linda manta de merino cardado, un saco de chancaca de Paita, la cual la devoramos en el tiempo que estuvimos allá. Pensaba en los niños, pero cómo transportarla a Jazpampa y aunque hubiera sido un paso es muy difícil. Dos sombreros de pita finos que los cambié por una yegua muy bonita que me sirvió para venirme y la tengo pastando en Quiuña y una infinidad de porquerías que a un soldado mucho le sirven. La manta y una jáquima bordada por las indias conservaré como recuerdo de la exploración y que en la primera oportunidad remitiré a casa. Licores, monturas, armas (como noventa rifles) ropa de mujer y hombre, piezas enteras de género, en fin, muchas cosas, entre ellas cóndores, plata feble, níquel y billetes peruanos fueron el resultado del registro de la población. Tres alegres días permanecimos allí ocupándome yo, con el teniente Castillo, en tomar declaraciones a los presos y haciéndoles azotar para que confesaran la verdad de los entierros que había. Comimos muchos corderos y gallinas. El día de regreso se rodearon todos los animales que había y se permitió a la tropa que tomaran cabalgaduras para la marcha. Así sucedió y yo en mi yegua me vine muy bueno. Nos volvimos por el mismo camino no habiendo nada de particular que contarles.

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“Mi querida mamá: por la relación anterior comprenderá la alegría y entusiasmo que hemos experimentado, pero para mí no ha sido completo porque hubiera querido celebrar tanta victoria en mi casa, junto con mi madre y hermanas, mas no importa, que pronto llegará la paz y entonces me veré otra vez en el hogar de mi familia el cual tan lesamente abandoné para sufrir en mundos desconocidos el castigo de Dios por mi desobediencia e indiferencia a mi familia”.

CAMINO A MOQUELLA: “Todos estos lugares son muy idénticos y me basta describirles uno para que se formen una idea de los demás. Cuatro ranchos, agua, pasto, árboles, en fin, forman un conjunto muy alegre y bonito. Desde este punto nos dirigimos al interior por la orilla del estero al amanecer del otro día, después de haber descansado y dormido profundamente sobre el pasto. Esta jornada fue muy hermosa pues nos deleitábamos admirando, ya hermosos palmares desconocidos para nosotros, ya pequeños bosques de algodoneros que nos entreteníamos en coger sus pelotitas de algodón. Los árboles que mucho abundan son los pimientos con sus racimos tan hediondos como saludables al pulmón, los cuales me recordaban al precioso Huelén de Santiago donde hay tantos. Caminamos descansadamente, aunque saltando el estero y a veces sumergiéndonos hasta el tobillo en el agua, hasta las tres de la tarde hora en que nos detuvimos en Chimallá, donde nos esperaba el teniente Salcedo, encargado de las provisiones, con dos bueyes muertos, el cual nos proporcionó un suculento almuerzo. A las cinco partimos nuevamente con dirección hacia Moquella para alojar en ese punto. En Chimallá recogimos una buena cantidad de burros y mulas, los cuales nos aliviaron mucho en la marcha. También tomamos presos diez cholos paisanos. Los granaderos que marchaban a la vanguardia fueron recogiendo más presos y animales para la tropa. En un punto intermedio, antes de llegar a Moquella, encontré un entierro de zapatos, varias piezas de bayetas, cigarros, fósforos medianos, en fin, muchas cosas útiles que hasta yo toqué de ellas.


LAS NECESIDADES
DE UN JOVEN OFICIAL

Las cartas reflejan una serie de preocupaciones del joven soldado: una es la permanente queja porque no le escriben seguido sus familiares y, la otra, por el deseo de mejorar su situación económica, con un merecido ascenso: “Vea usted pues mamá, cuan grata noticia es la que le comunico que puede ser que alivie un tanto su situación. También me encargó que le escribiera mandándole decir que viera el modo de mandarme algo para estar preparado, es decir, quepí, o al menos galón y paño negro que yo lo puedo mandar hacer y tiros para la espada, esta la tengo pues el subteniente Severin me va a regalar una. Estoy muy escaso de ropa blanca y puede hacerme de cuello parado para oficial, es decir el cuello que no sea abierto. Yo le mandaré unos treinta pesos para los gastos. El sueldo es de 51 pesos y 20 de gratificación que asciende a 71 pesos 66 centavos, de los cuales 35 serán para usted. Los despachos se demorarán 15 a 20 días en llegar y necesito estar preparado. Necesito igualmente una media vara de galón para el hombro y fijador del quepí, o mejor usted lo manda a hacer allá todo. Pañuelo de narices no tengo ninguno. Todo lo puede mandar cuanto antes a Valparaíso donde el hermano de Severin, el cual lo remitirá donde él y para esto le remite un sobre con la dirección. Botines no deje de mandarme. Yo voy a hablar para que me den unos 30 pesos con anticipación los cuales se los remitiré. En fin, mándeme todo lo que crea conveniente y que se pueda. Cuéntele a don Miguel Gacitúa puede ser que él me haga algún regalo. Le encargo mucho sigilo pues con la indiscreción se puede dar lugar a reclamos y se puede arruinar la tortilla. Escríbale al capitán Sandoval dándole las gracias por sus empeños.

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