HISTORIA, FRACASO Y LECCIÓN: el proyecto de irrigación de pampa Iluga a fines de la época colonial

En 1764 un hombre empecinado en domar las fuerzas de la naturaleza ideó un plan tan quijotesco como monumental: irrigar la desértica pampa tarapaqueña canalizando las aguas de las lagunas altiplánicas de Lirima, emplazadas a más de 4.000 metros de altura. Desde el año 2019 la corporación Reguemos Chile ha impulsado el proyecto Carretera Hídrica, que propone la construcción de una megainfraestructura para trasladar aguas de ríos de la región del Bío Bío a tierras que la corporación considera sin valor ecológico y productivo, como el desierto. Dos proyectos, separados por más de doscientos cincuenta años, que traen al presente el viejo aforismo: la historia se repite.

Memoria 24/06/2023 Soledad González Díaz (*)
Irrigación de pampa Iluga 1
Plano de la quebrada de Tarapacá de Antonio O’Brien, Archivo Nacional de Chile. El plano digitalizado se puede descargar gratuitamente desde el catálogo del Archivo.

1. Un quijote en la pampa. Hace más de dos siglos, un hombre empecinado en domar las fuerzas de la naturaleza ideó un plan tan quijotesco como monumental: irrigar la desértica pampa tarapaqueña canalizando las aguas de las lagunas altiplánicas de Lirima, emplazadas a más de 4.000 metros de altura. Para controlar el caudal del agua hasta el desierto a través de la sinuosa quebrada de Tarapacá, su diseño ingenieril contemplaba una red de acequias y estanques de más de 150 km. Su nombre era Antonio O’Brien y su proyecto formaba parte de un plan aún más ambicioso: fertilizar la Pampa para proveer sistemáticamente de alimentos y agua a las operaciones del mineral de plata de Huantajaya, emplazado en las desérticas dunas de la Cordillera de la Costa.

O’Brien graficó, detalladamente, los pormenores del proyecto de irrigación en un enorme plano de 1,80 m de alto por 1,08 m de ancho que se conserva en el Archivo Nacional de Chile, acompañado de informes en los que expuso las razones que justificaban su plan. Desde su perspectiva, las lagunas eran de “nacimiento”, es decir, creía que se alimentaban perpetuamente de las aguas del subsuelo cordillerano. No obstante, el caudal de agua que bajaba por la quebrada era escaso. El problema radicaba, según su diagnóstico, en que los indígenas embalsaban las aguas en la parte alta de la quebrada con el objetivo de regar sus cultivos, impidiendo que fluyeran libremente hasta la Pampa.

Esto implicaba trasladar íntegramente los pueblos de Sibaya y Mocha a pampa Iluga, donde sus habitantes y los demás tarapaqueños tendrían que ocuparse, principalmente, de tres cultivos: trigo, alfalfa y maíz.

2. El proyecto: El plan de O’Brien contemplaba la construcción de dos acequias en las lagunas y tres embalses en las partes más angostas de la Quebrada: el primero al norte del pueblo de Sibaya, el segundo al norte del pueblo de Mocha y el tercero al sur del mismo. Esto implicaba trasladar íntegramente los pueblos de Sibaya y Mocha a pampa Iluga, donde sus habitantes y los demás tarapaqueños tendrían que ocuparse, principalmente, de tres cultivos: trigo, alfalfa y maíz. Aunque O’Brien reconocía que obligar a los indígenas a abandonar sus tierras, levantar nuevas casas en la Pampa y dedicarse exclusivamente a la agricultura a mayor escala sería una idea impopular, lo cierto es que desde su punto de vista este cambio, a la larga, tendría muchas ventajas.

Con esta operación se concretaría por fin un viejo y ansiado objetivo de las autoridades coloniales en América, a entender, que los indígenas viviesen agrupados y no dispersos en parajes aislados, como lo hacían, sin vigilancia ni control. Bajo estas nuevas circunstancias, los indígenas, mestizos y esclavos libres que vagaban pobres y ociosos de pueblo en pueblo vivirían bajo las leyes del Rey y de Dios. Además, tener a todos los tributarios viviendo juntos facilitaría la recaudación de impuestos. Y de paso, la escorrentía del agua serviría para echar a andar molinos, destinados especialmente a triturar los minerales extraídos de Huantajaya.

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Pueblo de Mocha en el plano de O’Brien. La franja amarilla, arriba a la derecha, corresponde a uno de los embalses proyectados.

3. Todo para Tarapacá, sin Tarapacá. Más allá de sus intenciones, el proyecto de O’Brien estaba condenado al fracaso, debido a que él no era, precisamente, un experto en arquitectura hidráulica. Estando en Perú elaboró planos del puerto del Callao, un antecedente de la labor cartográfica que realizaría dos años más tarde, al ser nombrado juez visitador y alcalde mayor de minas y registros de la provincia de San Marcos de Arica. No sabemos qué tipo de educación recibió O’Brien mientras era militar, pero sus habilidades como dibujante de planos y sus competencias en el ámbito de la minería primaron sobre sus conocimientos hidráulicos.

O’Brien diseñó todo el proyecto de irrigación de pampa Iluga en el transcurso de su primer año en tierras tarapaqueñas, entre 1764 y 1765. Nunca antes había estado al sur de Lima. No conocía, en profundidad, la composición del suelo de la Quebrada o la Pampa. Su familiaridad con el ecosistema tarapaqueño era casi nula y su única experiencia en terreno se limitaba a dos expediciones que realizó a las lagunas de Lirima, cuando llegó a Tarapacá.

La reacción de los tarapaqueños al proyecto de O’Brien fluctuó entre la burla y el escepticismo. Empresarios locales ya habían ensayado ideas para aprovechar las aguas de la Quebrada, pero ninguno había ideado un plan a esa escala.

La reacción de los tarapaqueños al proyecto de O’Brien fluctuó entre la burla y el escepticismo. Empresarios locales ya habían ensayado ideas para aprovechar las aguas de la Quebrada, pero ninguno había ideado un plan a esa escala. Cuando O’Brien les presentó su ambicioso proyecto, los tarapaqueños acaudalados le dijeron, con ironía, que con suerte alcanzaría para regar algo más de un 1 km de terreno. Tampoco tuvo el apoyo de los modestos agricultores andinos, que se rehusaron, sin éxito, a acompañarlo en sus expediciones. Las lagunas ocupaban su propio lugar en el universo sobrenatural de las comunidades tarapaqueñas: si alguien se atrevía a beber de sus aguas, entonces las lagunas se lo tragarían. Pretextos ridículos, supersticiones y disparates, en la perspectiva de O’Brien, quien obligó a los tarapaqueños a beber de ellas a fuerza de amenazas y bastonazos. Haciendo eco de la Era de la Razón propia de su tiempo, O’Brien se comportó en Tarapacá como un pequeño déspota ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo.

4. O’Brien después de O’Brien. O’Brien abandonó Tarapacá producto de los permanentes conflictos con la elite tarapaqueña, que lo acusó ante los tribunales virreinales de abuso de autoridad. No sabemos cuándo exactamente se fue de Tarapacá. En 1772 ya estaba de regreso en Lima, testificando en la corte. Es lo último que sabemos de él.

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Pueblo de Sibaya en el plano de O’Brien.

Treinta años más tarde, la posibilidad de abastecer de agua al mineral de Huantajaya seguía en la mira de los tarapaqueños pudientes. Uno de ellos, el minero Matías González Cosío presentó un proyecto a las autoridades virreinales, quienes enviaron a Tarapacá a Francisco Javier de Mendizábal, militar con formación de ingeniero, para evaluar la factibilidad de bajar las aguas de las lagunas por la quebrada. El informe de Mendizábal fue lapidario: solo sujetos de imaginación acalorada y poco instruidos podrían haber ideado un plan de irrigación semejante, aludiendo directamente a las pretensiones de O’Brien. El proyecto era inviable porque no consideraba aspectos geográficos claves como los desniveles del terreno y la evaporación y filtración del agua en su descenso. Además, era exorbitantemente costoso. Y lo principal: las lagunas no eran de nacimiento, como suponía O’Brien, sino que eran depósitos que dependían de las nieves y lluvias estacionales.

5. La lección de O’Brien. Desde el año 2019 la corporación Reguemos Chile ha impulsado el proyecto Carretera Hídrica, que propone la construcción de una megainfraestructura para trasladar aguas de ríos de la región del Bío Bío a tierras que la corporación considera sin valor ecológico y productivo, como el desierto. La Carretera Hídrica, dividida en 5 tramos, atravesaría 3.900 km hasta la región de Atacama. En la perspectiva de Reguemos Chile, el proyecto no puede tener más ventajas: se regarían 1 millón de nuevas hectáreas, aumentaría la recaudación de impuestos, las exportaciones agrícolas se duplicarían y se incrementaría la producción de energía eléctrica y solar. Todo el proyecto, que supone una inversión de más de 20.000 millones de dólares, se sustenta en una sola idea: el agua que los ríos llevan al mar se pierde, es decir, constituye un recurso sobrante subutilizado.

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Calogero Santoro, Soledad González y Claudio Latorre, del núcleo AFOREST, frente al plano de O’Brien.

El proyecto de irrigación de pampa Iluga y la propuesta de construir una Carretera Hídrica, a pesar de distar tanto en el tiempo y en dimensiones, tienen varios aspectos en común. Ambos planes se basan en el supuesto de que existen aguas que se pierden, que se desaprovechan o sobran y que, en consecuencia, se pueden trasladar a lugares donde el recurso escasea. Ambos proyectos justifican su viabilidad apelando al crecimiento de la producción, el incremento del empleo y el aumento de la recaudación de impuestos. Y aunque a escalas evidentemente diferentes, ambos proyectos se relacionan con una problemática tan antigua como actual: el abastecimiento de agua y recursos para operaciones mineras.

Ninguna de las dos propuestas contempla el impacto que un proyecto de esta naturaleza tendría en los pequeños agricultores. Tampoco reparan en el inmenso costo que para la biodiversidad y los suelos acarrea la introducción de monocultivos, en desmedro de prácticas agrícolas más sustentables ¿Qué hemos aprendido de los errores del pasado?

(*) Centro de Estudios Históricos, Universidad Bernardo O’Higgins. Investigadora adjunta de AFOREST, Núcleo Milenio ANID – NCS2022_24


Los antecedentes de una

historia que vale la pena conocer

El proyecto fallido de canalización de las aguas de la quebrada de Tarapacá de Antonio O’Brien es un capítulo de la historia tarapaqueña conocido entre los especialistas en historia regional. En 1975, dos estudios publicados simultáneamente dieron las primeras luces sobre el plano de la quebrada de Tarapacá: Estudios de Antonio O’Brien sobre Tarapacá. Cartografía y labores administrativas 1763- 1771 de Oscar Bermúdez y El plano de la quebrada de Tarapacá de don Antonio O’Brien. Su valor geográfico y socio-antropológico de Ricardo Couyoumdjian y Horacio Larraín. Diez años más tarde, Jorge Hidalgo publicó Proyectos coloniales inéditos de riego del desierto: Azapa (Cabildo de Arica, 1619); Pampa Iluga (O’Brien, 1765) y Tarapacá (Mendizábal, 1807), donde transcribió por primera vez el informe que acompañaba el plano de la quebrada de Tarapacá. El año 2009, el mismo autor publicó Civilización y fomento: la “Descripción de Tarapacá” de Antonio O’Brien, 1765.

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