Adiós a San Antonio de Padua: Una lección urgente sobre la Preservación del Patrimonio

La tragedia que supone la destrucción de la Parroquia de San Antonio de Padua debe ser un recordatorio urgente de la fragilidad del patrimonio y de la necesidad de actuar antes de que sea demasiado tarde. Esta pérdida no debe quedar en vano.

Arquitectura y Patrimonio15/11/2024 Atilio Jorquera Cavada
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Fotos: Carlos Callasaya

El reciente incendio que destruyó la Parroquia de San Antonio de Padua, conocida como iglesia San Francisco en la memoria afectiva de los iquiqueños, dejó una profunda cicatriz en el patrimonio de la ciudad. Este edificio, declarado Monumento Histórico en 1994 y construido entre 1889 y 1904 con madera de pino oregón importada, representaba mucho más que una estructura de valor arquitectónico.

En lugar de conmemorar los 30 años de su declaración como monumento histórico, la comunidad enfrenta la devastadora realidad de su ausencia, un hecho que quedó registrado en vivo por los medios y en la memoria de todos quienes fueron testigos de esta tragedia.

Desde toda perspectiva era un símbolo de refugio, de identidad y un Axis Mundi (Eliade, 1987), un punto de conexión entre lo divino y lo terrenal. Para los habitantes de Iquique y de la región de Tarapacá, la iglesia era un espacio donde se sentía más cerca la presencia de lo sagrado. Hoy, en lugar de conmemorar los 30 años de su declaración como monumento histórico, la comunidad enfrenta la devastadora realidad de su ausencia, un hecho que quedó registrado en vivo por los medios y en la memoria de todos quienes fueron testigos de esta tragedia.

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IMPACTO

El impacto de la pérdida: ¿Qué significa para Iquique? La destrucción de la Parroquia de San Antonio de Padua no es simplemente la desaparición de un edificio emblemático. Representa la pérdida de un fragmento irremplazable de la historia local, de un legado que conectaba a generaciones. Para muchos, la iglesia no solo era un referente arquitectónico, sino un espacio cargado de significados emotivos, culturales y religiosos. Albergaba recuerdos y creencias compartidas, una herencia espiritual y un papel como testigo mudo e insobornable a las tendencias de pensamiento y emociones de los ciclos históricos del territorio (López, 2014).

La destrucción de la Parroquia de San Antonio de Padua no es simplemente la desaparición de un edificio emblemático. Representa la pérdida de un fragmento irremplazable de la historia local, de un legado que conectaba a generaciones.

Iquique, que en su crónica fue subestimado, ha sido una ciudad rica en cultura, con un atavismo que abarca desde sus culturas ancestrales, pasando por los períodos de la Colonia, la Conquista, la era peruana, el puerto salitrero, la Guerra del Pacífico, hasta su anexión a Chile. Todo esto le otorga una composición fundacional diversa y compleja. A pesar de aquello, este capital patrimonial no ha sido siempre reconocido ni protegido de manera adecuada. La destrucción de la Parroquia es un recordatorio doloroso de que, a pesar de los esfuerzos, queda mucho por hacer, no solo en los discursos sino también en la práctica.

LECCIONES

Patrimonio y preservación: Lecciones desde el mundo. La protección del patrimonio no es un problema exclusivo de Iquique o de Chile. A nivel global, las ciudades históricas enfrentan el desafío de equilibrar el desarrollo moderno con la conservación de su legado. Documentos clave como la Carta de Atenas (1931) y la Carta de Venecia (1964) han establecido principios sobre la preservación de monumentos y sitios históricos, redefiniendo continuamente el concepto de patrimonio.

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La Carta de Venecia, en particular, promueve una restauración científica, en línea con la codificación italiana y el restauro crítico de Cesare Brandi, donde cualquier intervención debe respetar la autenticidad del monumento y su contexto histórico. En muchos países, estos principios se han traducido en políticas públicas concretas. Ejemplos de ciudades como Venecia, Brujas y París muestran que es posible preservar el patrimonio, incluso frente a las presiones multicausales de índole interna y externas.

En el caso de Iquique, sin embargo, la situación plantea retos únicos. El legado de la época salitrera y la mezcla de culturas que define a la región de Tarapacá requieren un enfoque de preservación tanto local como participativo. Un ejemplo valioso es el de la catedral de Notre Dame, cuya destrucción por el fuego en 2019, sorprendió al mundo. Hoy se encuentra en la etapa final de su restauración, con iniciativas participativas, donde destaca el deseo del presidente Emmanuel Macron, al respecto de incorporar este siglo XXI dentro de las obras que se han ejecutado. Por lo que, se realizaron concursos públicos para que artistas contemporáneos recrearan algunos de los vitrales, se creó un museo de arte y otro de historia sobre la catedral. Y en un documento con 2000 nombres de quienes han sido parte de este proceso, se introdujo en un tubo dentro del gallo dorado en la aguja en la parte más alta.


¿Cómo se gestiona el cuidado
del patrimonio en Iquique?

Es fundamental que la comunidad de Iquique reexamine su enfoque hacia el patrimonio y adopte estrategias efectivas de preservación. Un modelo de gestión relevante podría ser el “triple hélice”, que promueve la colaboración entre el sector público, el privado y la academia para generar un círculo virtuoso desde las capacidades de cada uno, que si bien este modelo fue concebido para la innovación, podría ser transferido a este propósito y en realidad para todas las dimensiones de una ciudad con sus problemas y oportunidades.

La tragedia que supone la destrucción de la Parroquia de San Antonio de Padua debe ser un recordatorio urgente de la fragilidad del patrimonio y de la necesidad de actuar antes de que sea demasiado tarde. Esta pérdida no debe quedar en vano. Es una oportunidad para revisar los planes, protocolos y fortalecer los esfuerzos colectivos y así garantizar que las futuras generaciones hereden un Iquique basado en su historia y cultura, para que puedan interpretar el pasado con su contexto presente y así reinterpretarlo de acuerdo a sus propias necesidades, valores y perspectivas. (Lowenthal, 1985).

Finalmente, por cliché que suene, es en los momentos de pérdida cuando verdaderamente se valora lo que se ha dejado atrás. No se puede permitir continuar siendo testigos pasivos de la desaparición del patrimonio, porque con cada monumento que cae, se pierde un capítulo de la historia y la identidad de la comunidad. Esta tragedia debe ser la última llamada de atención, y a partir de ahora, la acción debe ser la respuesta perentoria que Iquique merece.

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