LOS BUENOS Y LOS MALOS HÁBITOS

Confieso que en general soy bastante liviano de sueño, aun cuando me duerma tarde y nunca sin antes haber cumplido con mi sagrada rutina de leer por lo menos media hora diaria. Esto último, debo reconocerlo con gratitud, es una maravillosa herencia familiar de la cual me siento orgulloso. Reconozco, sin embargo, que actualmente las ofertas de la televisión, en sus más diversas opciones compiten fieramente con mi hábito de lectura, el que mantengo, aun de manera un tanto caótica, pero jamás abandonada.
Lo de caótico es porque otro de mis malos hábitos es tener varios libros sobre mi velador en proceso de lectura simultánea. Si… varios libros. A lo menos tres. Todo depende como haya sido mi día. Recomiendo absolutamente la lectura diaria, pero tiene que ser ordenada, no como yo lo estoy haciendo últimamente. La lectura de un libro debe ser un acto serio, responsable, honesto y sublime. Hay que leer con seriedad y debiera ser pecado mortal leer solo para matar el tiempo. O por cumplir.
Claro que no todos los días estoy con el ánimo disponible para cualquier libro. Especialmente en los últimos y desordenados días y noches, me he puesto mucho más errático, indeciso y voluble en la elección del libro nocturno. Busco uno que sea capaz de mantenerme atento, entretenido y me dé equilibrio. No quiero que los desórdenes de los últimos tiempos cambien mi buen hábito de la lectura y, por el contrario, que me motiven aún más a aprender sobre el arte de vivir la vida en paz y alegría.
Y a propósito de paz quiero mencionar la experiencia de una noche pasada. Era una de esas jornadas nocturnas ruidosas y con olor a goma quemada. Cualquier ruido, grito, sirena, me sacaba del libro y me hacía intentar alguna explicación, magnitud y lugar. Y en eso estaba cuando sentí ruidos y alcancé a ver que alguien andaba por el antejardín de la casa. Me levanté silenciosamente y seguí los leves ruidos de su caminar que venían de afuera. Y de pronto vi una silueta pasando tras la ventana del baño.
Afortunadamente mi casa es muy segura, con rejas en las ventanas, trancas internas en las puertas y no me preocupé demasiado, pero como no iba a dejar al ladrón ahí, paseándose como Pedro por su casa, llamé a Carabineros, los que me pidieron además los datos de dirección, nombre, residentes, etc. Luego me preguntaron si el intruso - presunto ladrón- violador-terrorista- estaba armado y si ya estaba dentro de la casa. Finalmente me dijeron que en ese momento lamentablemente no había ninguna unidad móvil cerca para ayudar, pero que iban a mandar a alguien tan pronto fuera posible.
Un minuto después llamé nuevamente y les dije con voz muy calmada: Hola, hace un rato llamé porque había alguien en mi jardín. No es necesario que se apuren. Maté al ladrón de un tiro con una escopeta calibre 12. En menos de tres minutos, había en mi calle cinco radiopatrullas, un helicóptero, una unidad de rescate, un equipo de TV y una activista de los derechos humanos. Agarraron al ladrón y se lo llevaron en un furgón. En medio del tumulto, un oficial de carabineros se aproximó y me dijo: Creí que había dicho que había matado al ladrón. Le contesté: Yo creí que me habían dicho que no había nadie disponible.