DOMINICOS EN EL TARAPACÁ COLONIAL

Diversos autores han sostenido por largo tiempo que los religiosos mercedarios fueron los primeros en convertir a los indígenas del actual norte chileno. No obstante, han dejado por desconocimiento el trabajo misionero de los dominicos en Tarapacá, que es necesario reevaluar desde un enfoque etnohistórico.

Memoria 07/03/2019 Alberto Díaz Araya (*)
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Prácticas ceremoniales de las comunidades indígenas Foto: Marianne Fuentealba

Lockhart (1994) asegura que Jerónimo de Villegas, encomendero de Arica y Tarapacá -una vez despojado Lucas Martínez Vegazo (1548-1555)-, mantenía “uno o dos sacerdotes en su encomienda para el adoctrinamiento de los indígenas”. Cabe recordar que la dirección y provisión de las parroquias de indios en las primeras décadas de la Conquista (lo que incluye la elección y el pago de los doctrineros) era una de las atribuciones más importantes de los encomenderos. Fue así que, una vez recuperada su encomienda, Martínez Vegazo se concentró en la evangelización de los naturales a él confiados (la permuta de los indios de Cochuna por los de Pica obedeció a esos términos).

Precisamente, la presencia de los frailes de la Orden de los Predicadores en Tarapacá se registraría a partir de entonces. Estos religiosos -que habían asumido la cristianización de la enorme demarcación de San Juan Bautista- se establecieron en la provincia de los lupaqa en 1545 y fijaron como centro de operaciones el pueblo de Chucuito en las cercanías del lago Titicaca (Armas Medina 1953). Desde allí, descendieron al valle de Moquegua al norte de Tacna, y posteriormente al de Sama, lo que generó la anexión de esta zona al Gobierno de Chucuito. Al respecto, Echeverría declara que:

“El motivo que pareció dio mérito a esta innovación, es el de haber bajado tres religiosos de los que doctrinaban en la sierra, a plantificar nuevas doctrinas entre los indios mitimaes de aquel distrito, que se hallaban situados en Moquehua, Sama y Tarata. Ya desde 12 de febrero de 1555 se habían pagado de las cajas de Arequipa el sínodo de 16 Religiosos Dominicos, que predicaban en el Obispado que hoy es el de La Paz; y no es de extrañar se mirasen estas nuevas Doctrinas como parte de aquellas” (Barriga 1952: 127).

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La devoción por San Lorenzo, en el caso de Tarapacá, da cuenta de una compleja religiosidad donde se articula el culto a los ancestros y la devoción católica. Foto: Marianne Fuentealba

Lo anterior se suma a la información desprendida de la “Relación de la dotrina y número de sacerdotes que ha avido en la Provincia de Chucuito» escrita por el fraile visitador Pedro Gutiérrez Flores, donde se especifica la presencia de un “fraile que estuvo en la costa dotrinando a los indios de Moquegua seis meses” (Urbano 1987: 222) en el año 1555. Como se puede constatar, la labor misionera de estos religiosos tuvo en sus inicios un carácter esporádico, siendo solo a partir de la década siguiente que su presencia en los valles de Moquegua y Sama se convirtió en una estadía más continua, aunque aún inestable. El valle de Sama ocupó un lugar importante en la conversión de los naturales de Tarapacá, pues “los padres dominicos los doctrinaron [a los indios mitimaes del valle de Sama] desde 1565, estendiendo su predicación a Tacna, Tarata, Ilabaya i Locumba” (Dagnino 1909: 22-23), y establecieron de esta forma la conexión con el norte de Chile. 

Asimismo, en cuentas realizadas por el mayordomo del encomendero de Lucas Martínez Vegazo, en 1565, se encuentra registrado el pago por concepto de “doctrina” de 1295 pesos y 1 tomín a tres ministros eclesiásticos que estaban al servicio de aquel benemérito: fray Hernando de Abrego (doctrinero de Tarapacá, pero de quien nada sabemos), el Padre Arroyo (doctrinero de Arica y asimismo desconocido para nosotros) y el “Padre Valdelomar”, quien era el doctrinero de Carumas en ese entonces. Dicho sacerdote es identificado por Advis como el doctrinero dominico de Tarapacá seis años después de la elaboración del citado registro. Según el “Autoepiscopal de Cuzco del 24 de abril de 1571”, Marcos de Valdelomar junto con Francisco Churro[n] de Aguilar habrían sido “los servidores sucesivos del curato de Tarapacá por designación del obispado del Cuzco”, ejerciendo alternadamente los cargos de cura propio y vicario de Tarapacá.

Debido a que en este periodo la provincia tarapaqueña no estaba aún dividida en curatos, el repartimiento homónimo se convirtió en el centro de operaciones del proceso de evangelización en la región, desde donde seguramente se llevó la palabra de Dios a Pica y a las demás poblaciones. Echeverría nos confirma esta suposición: “Esta fue también la época de la introducción del Evangelio [1571] en sus lugares, y los antiguos conservan la memoria de que un religioso Dominico fue el primer sacerdote, que se estableció en Pica”. Precisamente, Francisco Churrón de Aguilar asumió la doctrina de Tarapacá en 1570 sucediendo a Marcos Valdelomar (que había sido removido), lo que sugiere, en términos hipotéticos (aunque no disponemos de otras fuentes), que las misiones efectuadas por los dominicos en el territorio en cuestión se habrían iniciado un poco antes de lo expresado por Echeverría. De hecho, el cambio constante de religiosos de una doctrina a otra como también de provincias fue una táctica de evangelización común en la Orden de los Predicadores (Meiklejohn 1988). El último dato que tenemos de Churrón de Aguilar es que en 1579 ejerció como “cura vicario de Ilabaya y doctrinero de los indios de San Antón de Ite, con todos los indios contenidos hasta los Quillaguas, esto es, hasta los términos del Loa” (Cúneo-Vidal 1977; Advis 1990).

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Foto: Marianne Fuentealba

Si bien desconocemos el proceder de fray Valdelomar y de Churrón de Aguilar, las visitas realizadas por Pedro Gutiérrez Flores y Garci Diez de San Miguel en la provincia de Chucuito (siendo contemporáneos de estos religiosos) evidenciaron el relajo y la falta de escrúpulos en la labor pastoral de los dominicos, así como también la colosal riqueza acumulada a costa de los lupaqa. Dichos visitadores pusieron de manifiesto los agravios cometidos contra los indígenas andinos y los severos castigos que muchas veces eran perpetrados por ofensas que no se relacionaban con la religión, el descuido en la enseñanza de la doctrina cristiana y el enriquecimiento desmedido que tanto a nivel institucional como individual gozaron a costa de los naturales de la provincia de Chucuito (Meiklejohn 1988).

Las enormes sumas de dinero manejadas por dichos frailes, el gran poder que alcanzaron y los mencionados abusos generaron rivalidades y conflictos entre las jurisdicciones civil y religiosa. Por esta razón, el virrey Francisco de Toledo decidió poner término a la presencia domínica en el área, ordenando la asistencia de los religiosos a doctrinas ubicadas en otros lugares. Esta expulsión motivó que los frailes predicadores se trasladaran hacia el norte y sur, dirigiéndose a las provincias de Santa Catalina de Quito y San Lorenzo de Chile, seccionadas de San Juan Bautista en 1583 (Pease 1970).

Desde una perspectiva semiológica, y siguiendo las hipótesis aquí sostenidas, es posible conjeturar que las prácticas ceremoniales de las comunidades indígenas del actual norte chileno, durante la época colonial integraron una serie de símbolos y elementos del culto católico propiciado tempranamente por los dominicos, incluyendo una especial devoción por la Virgen del Rosario, San Lorenzo y Juan Bautista, ampliamente difundidos y celebrados en las fiestas tarapaqueñas, dando cuenta de una compleja religiosidad donde se articularon el culto a los ancestros con la devoción católica construida localmente.

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Foto: Marianne Fuentealba

(*) Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas. Universidad de Tarapacá.


 BIBLIOGRAFÍA

ARMAS MEDINA, Fernando. 1953. Cristianización del Perú. Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

ADVIS, Patricio. 2008. El desierto conmovido. Paso de la hueste de Almagro por el norte de Chile. Iquique: Universidad Arturo Prat (UNAP).

BARRIGA, Víctor. 1952. Memorias para la Historia de Arequipa. Tomo 4. Arequipa: La Colmena.

CÚNEO-VIDAL, Rómulo. 1977. «Historia de los cacicazgos hereditarios del sur del Perú». En: Rómulo Cúneo-Vidal, Obras Completas, Tomo I, vol. 2, editado por I. Prado, pp. 295-489. Lima: Gráfica Morsom.

DAGNINO, Vicente. 1909. El corregimiento de Arica 1535-1784. Arica: Imprenta La Época.

DÍAZ ARAYA, Alberto. 2011. «En la pampa los diablos andan sueltos. Demonios danzantes de la fiesta del santuario de La Tirana». Revista Musical Chilena, vol. lxv/216, pp. 58-97.

ECHEVERRIA, Francisco Javier. 1952. «Memoria de la Santa Iglesia de Arequipa». En: Víctor Barriga, Memorias para la [1804] Historia de Arequipa, vol. 4. Arequipa: La Colmena, pp. 80-104.

LOCKHART, James. 1994. Spanish Peru 1532-1560. A Social History. Estados Unidos: University of Wisconsin Press.

MEIKLEJOHN, Norman. 1988. La iglesia y los lupacas de Chucuito durante la colonia. Cusco: Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de las Casas. Instituto de Estudios Aymaras.

PEASE, Franklin. 1970. «Nota sobre visitadores de Chucuito en 1572». Historia y cultura. Órgano del Museo Nacional de Historia, n. 4, pp. 71-75.

URBANO, Henrique. 1987. «El escándalo de Chucuito y la primera evangelización de los Lupaca (Perú). Nota entorno a un documento inédito de 1574». Cuadernos para la historia de la evangelización en América Latina, n. 2. Cusco: Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de las Casas, pp. 203-228.


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